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Михаил (19.04.2017 - 06:11:11)
книге:  Петля и камень на зелёной траве

Потрясающая книга. Не понравится только нацистам.

Антихрист666 (18.04.2017 - 21:05:58)
книге:  Дом чудовищ (Подвал)

Классное чтиво!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!

Ладно, теперь поспешили вы... (18.04.2017 - 20:50:34)
книге:  Физики шутят

"Не для сайта!" – это не имя. Я пытался завершить нашу затянувшуюся неудачную переписку, оставшуюся за окном сайта, а вы вын... >>

Роман (18.04.2017 - 18:12:26)
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Прочитал все его книги! Великий человек, кардинально изменил мою жизнь.

АНДРЕЙ (18.04.2017 - 16:42:55)
книге:  Технология власти

ПОЛЕЗНАЯ КНИГА. Жаль, что мало в России тех, кто прочитал...

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СЛУЧАЙНОЕ ПРОИЗВЕДЕНИЕ

Мадам, уже падают листья - Александр Вертинский

Мадам, уже падают листья,
мадам, Вам пора на покой.
Не пишется? Пробуйте кистью,
попробуйте левой рукой!

Рифмуются смело глаголы,
словесный шлифуется шлак...
Прошли вы тяжёлую школу,
но муза её - не прошла...

Мадам, уже падают листья,
и фиги не лезут в карман.... >>

30.08.10 - 01:23
Ли Шин Го

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La niebla y la doncella   ::   Silva Lorenzo

Страница: 2 из 87
 
Era una buena conductora, y además había hecho el cursillo de persecución. Recordaba que el profesor, un ex delincuente antaño especializado en el robo de vehículos, se había quedado estupefacto al comprobar sus habilidades. Como buen quinqui, tenía una visión bastante convencional de la vida. Que una pibita chachi fuera guardia civil ya le descolocaba, pero que una mujer resultara una virtuosa del volante era definitivamente demasiado para sus firmes prejuicios.

Apretó el acelerador y afeitó curva tras curva hasta que sintió el miedo de Siso a su derecha. Su compañero se había agarrado al asa de encima de la puerta y contenía la respiración de forma perceptible. Al fin habló:

– Cuidado. No vayamos a tener un accidente.

– Podría correr todavía más -dijo Anglada-. No lo hago para no asustarte.

– Anglada, no me jodas.

Anglada se rió.

– Me caes bien, pero ni por todo el oro del mundo, tío.

Siso hizo chascar la lengua.

– Tengamos la noche en paz, anda.

– Eres tú el que se ha empeñado en removerla, me parece. A ver quién ha decidido que nos pongamos a perseguir fantasmas.

– Anglada, me cago en la puta.

– Está bien -se plegó la guardia, mientras levantaba el pie.

Anglada sabía que Siso, en el fondo, era más bien manso y no tomaría contra ella ninguna medida disciplinaria. Por eso le picaba, pero se cuidaba siempre de sobrepasar ese límite en el que un hombre pacífico deja de serlo para convertirse en un peligro de impredecibles consecuencias.

Recorrieron ocho o nueve kilómetros por la carretera desierta. La vegetación que había a ambos lados, el antiquísimo bosque de laurisilva, un superviviente de épocas remotas que sólo subsistía allí y en un par de islas más, le daba a la ruta un aspecto caprichoso y fantasmagórico. La luz de la luna, cernida por la niebla, terminaba de envolver todo en un aura irreal. Anglada llevaba viviendo en la isla más de un año, y Siso pronto iba a hacer siete. Pero era difícil hacerse a contemplar aquello como una rutina.

– Mira que es bonito este puñetero sitio -dijo Anglada.

– Sí que lo es -concedió Siso.

Anglada, poco a poco, había ido aminorando la marcha. Al llegar ante la siguiente encrucijada, detuvo el todoterreno. Siso no dijo nada.

– Esto no tiene mucho sentido, reconócelo.

Siso continuó callado.

– Podríamos volver y esperarlos en la salida del túnel -apuntó Anglada-. Pero puede que vayan al otro lado de la isla y que no regresen. Si quieres, ya que estamos, sigo por aquí y volvemos luego por la parte alta.

– No -gruñó Siso-. Da media vuelta.

– ¿De verdad no prefieres que siga?

– Te he dicho media vuelta, Anglada. Si te pones a discutir cada una de mis órdenes no vamos a acabar en toda la noche.

Anglada, resoplando, maniobró para invertir el sentido de la marcha. Luego desanduvo el camino que habían traído, sin prisa.

– Te noto un poco tenso últimamente, Manolo.

Siso se restregó los ojos.

– ¿Pasa algo con Isabel? ¿Con los niños?

El hombre pareció meditar un instante. Al final, abrió su corazón:

– Con Isabel no pasa casi nada. Y con los niños pasa de todo. Pero eso no es ninguna novedad. Ya debería estar acostumbrado.

Anglada sopesó las palabras de su compañero. No las examinaba en el vacío. Conocía el historial de problemas familiares de Siso, y también un par de infidelidades conyugales del guardia. Pocas cosas se le pueden ocultar a tu compañero de patrulla, y más bien apetece no ocultarlas.

– Tío, si no la soportas, deberías darle puerta.

– ¿Y los niños?

– Por los niños, precisamente. Total, casi no te ven, con la paliza de servicios que llevamos encima. Que estén con su madre, aquí o donde quieran, y tú te los coges en verano y te los llevas a Eurodisney o a Port Aventura y te conviertes en el papá guay. Que ella se ocupe de regañarles.

– Se nota que no tienes hijos.

– Procuro no tener remilgos, nada más. Muchas de las cosas que creemos no son más que la mierda que nos han puesto en la cabeza para que nos limitemos a cumplir el papel que nos asignan en la función. Quítatela de encima, si te está dando por culo. Sufrir no te va a valer para nada. Ni a ella.

Siso la observó con cara de asombro.

– Me dejas verdaderamente agilipollado, Ruth. Nunca había visto a una tía hablar así de otra tía.

– Aquí no soy técnicamente una tía, sino tu colega.

– Eso es otra cosa que me alucina.

– ¿El qué?

– Que te metieras aquí. No sé por qué coño lo hiciste.

– La vida es extraña, Manolo. Cuando tenía doce años, yo quería ser bailarina clásica. Con dieciséis, bailarina de striptease. Y aquí me ves, vestida de verde y poniendo a soplar a los borrachos, en vez de bailar para ellos.

– Contigo no hay quien hable en serio.

– Sí, pero me vuelvo demasiado trágica. Por eso lo evito.

– Hostia, mira ahí.

Anglada también lo vio. En el siguiente cruce, a unos doscientos metros, un coche rojo acababa de incorporarse desde la derecha con una brusca maniobra. Era imposible asegurarlo, desconociendo su matrícula y sin haberlo visto lo suficiente para identificar el modelo, pero parecía el mismo de antes.

– Métele -dijo Siso.

Anglada aceleró. El otro iba muy deprisa, tan deprisa como para arriesgarse a embestir la masa boscosa en la primera curva.

– Nos ha visto, y mira cómo le pega.

– Ya veo, ya -asintió Anglada.

– Aquí huele a mierda, te lo digo yo. Son ocho años de chuparme caminos. Aunque no seas un lince, se te aguza el olfato.

Por mucho que lo intentaba, Anglada no conseguía recortar la distancia por debajo de los cien metros. El de delante parecía un buen coche, y el conductor estaba resuelto a sacarle todo lo que tuviera dentro. Por aquella zona la niebla era más tenue que a la salida del túnel, pero lo veían desaparecer tras las curvas una y otra vez temiendo no volver a divisarlo.

– Juraría que es un BMW ranchera. No de los nuevos. Y juraría que los dos primeros números de la matrícula son dos sietes.

– Joder, qué vista tienes, tío. Yo bastante tengo con no perderlo.

Anglada sabía que si se trataba efectivamente de un BMW, y el conductor era un tipo decidido y experto, no había nada que hacer. Con semejante cacharro le sacaba una pila de caballos, y además ella tenía que andar pendiente de no hacer los giros demasiado bruscos para que su vehículo, mucho más alto, no volcase. Pese a todo, mantuvo la persecución.

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