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Михаил (19.04.2017 - 06:11:11)
книге:  Петля и камень на зелёной траве

Потрясающая книга. Не понравится только нацистам.

Антихрист666 (18.04.2017 - 21:05:58)
книге:  Дом чудовищ (Подвал)

Классное чтиво!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!

Ладно, теперь поспешили вы... (18.04.2017 - 20:50:34)
книге:  Физики шутят

"Не для сайта!" – это не имя. Я пытался завершить нашу затянувшуюся неудачную переписку, оставшуюся за окном сайта, а вы вын... >>

Роман (18.04.2017 - 18:12:26)
книге:  Если хочешь быть богатым и счастливым не ходи в школу?

Прочитал все его книги! Великий человек, кардинально изменил мою жизнь.

АНДРЕЙ (18.04.2017 - 16:42:55)
книге:  Технология власти

ПОЛЕЗНАЯ КНИГА. Жаль, что мало в России тех, кто прочитал...

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Обои для рабочего стола

СЛУЧАЙНОЕ ПРОИЗВЕДЕНИЕ

Сначала оплеуха
Потом ладошкой в ухо
В глаз кулаком
По носу лбом
В ребро ногой
Тумак рукой
Команду поняла «атака»
Моя любимая собака.

13.05.10 - 05:18
Автор неизвестен

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La niebla y la doncella   ::   Silva Lorenzo

Страница: 5 из 87
 
Lo cierto es que durante un año no se ha hecho nada. La razón de la actual reactivación, y de que nos metan a nosotros, no es que de repente alguien haya sentido la llamada del deber o el escozor del orgullo profesional herido. Es mucho más simple. Resulta que la mujer del nuevo subdelegado del gobierno es prima de la madre del chico al que mataron. Y que lo que hasta hace un mes era una carpeta polvorienta que todo el mundo intentaba olvidar, se ha convertido en la prioridad número uno. Te lo digo para que tomes nota.

– Me doy por enterado, mi comandante -dije-. ¿Anda también interesada la prensa? Por saber hasta dónde y cuánto van a putearnos.

Pereira se encogió de hombros.

– Por lo que me cuentan, la prensa perdió el interés después de la absolución del concejal. Gastada la veta morbosa, y ante la posibilidad de que el crimen fuera por razones más prosaicas, debieron olvidarse.

– ¿La veta morbosa?

– Lo leerás en la carpeta. El móvil que se le atribuía al concejal para matar al chaval. Por lo visto, el muerto se cepillaba a su hija de quince años.

– Ah.

– Sí, tampoco es gran cosa, una chica de quince años hoy día muy bien puede ser una comehombres veterana, como además parece que era el caso. Pero ya sabes que siempre que hay derramamiento de jugos corporales de por medio a la historia se le encuentra mucho más aliciente.

– Sí, eso decía el viejo Sigmund Freud. Pero se supone que ya estaba superado y que no era más que un salido y un capullo.

Pereira enarcó las cejas.

– Cuidado con quien me mezclas. Ya sabes que yo no me junto con ateos. Y menos con psiquiatras. A ti te soporto porque sólo eres psicólogo.

Pereira, mi comandante, siempre había sido un hombre de fundamentos, sólido catolicismo y recia salud mental. Por eso era tan bueno, casi inmejorable, llevando un negociado de tarados, como lo éramos algunos de los que estábamos a sus órdenes y prácticamente toda la clientela. Entre él y yo había uno de esos pactos que son más frecuentes de lo que a primera vista cabe imaginar, y que unen a personas con visiones del mundo radicalmente distintas (bueno, él tenía una, yo sólo un bosquejo) en la persecución de una insospechada finalidad común. Ya hacía más de seis años que trabajaba a sus órdenes y podíamos entendernos sólo con la mirada. Yo sabía lo que él esperaba de mí, y él sabía lo que yo podía darle. Por lo demás, a ambos nos asistía la confortable certeza de que ninguno de los dos dejaría por nada del mundo tirado o con el culo al aire al otro. Que ya es mucho más de lo que muchos jefes pueden esperar de sus subordinados y viceversa.

– En fin -recapituló mi comandante-. Tómate la mañana para empaparte de los papeles. Por la tarde hablamos y mañana mismo te vas a Canarias.

– Bueno, hay peores sitios a los que ir, en febrero.

– Como me caes bien, aunque seas un ácrata camuflado, te voy a dar dos semanas. Ni que decir tiene que se valorará muy positivamente que no agotes el plazo que te otorgo. Pero tampoco te amontones por eso. Por la conversación que he tenido con el subdelegado del gobierno, éste es uno de esos asuntos que más vale llevar bien derecho desde el principio.

El roce no sólo proporciona el conocimiento recíproco, sino también una multitud de sobreentendidos. No consideré necesario, por ello, protestarle a mi jefe por el juicio que acababa de realizar sobre mí: él ya sabía que a pesar de almacenar en mi interior un germen anárquico, en eso acertaba, resultaba en general bastante pulcro y bien mandado y siempre me las arreglaba para mantener las formas frente a los extraños y las autoridades competentes. Así que preferí derivar hacia un aspecto de índole más práctica:

– Supongo que se me permitirá llevar alguna ayuda.

– Claro, el caso lo merece, no vamos a reparar en medios.

– ¿Puedo elegir?

Pereira esbozó una sonrisa maliciosa.

– Te doy hecha la elección, hombre. Llévate a tu Chamorrito. Ya sé que es lo que quieres.

Me fue difícil mantener la impasibilidad ante la mirada de mi perspicaz comandante. Pero por fortuna, podía respaldar con una fría e inquebrantable convicción profesional cada una de las palabras que dije a continuación:

– No sólo es que trabaje a gusto con ella, que no lo niego. Es que me parece la mejor para esta clase de marrones.

– ¿Ah, sí? ¿Y eso por qué?

– Porque no se rinde nunca.

– Sí, es dura, la Chamorrito -concedió Pereira, pensativo-. Una tía con un par de cojones.

Me imaginé la cara que habría puesto Chamorro, si hubiera escuchado al comandante, tratándola en diminutivo y formulando sobre ella esa clase de observaciones. Me representé la ira que le asomaría a los ojos, y que sin embargo contendría. O no. A veces no se sabía del todo, con ella.

– Tenga usted cuidado, mi comandante. Ya sabe que alguno ha ido de gracioso cambiándole de orden las letras del apellido. Y es una broma desafortunada, aunque sólo sea porque no hay nada de eso.

– Bueno, hombre, aquí se echan muchas horas. De alguna manera hay que distraerse. Y por suerte te tiene a ti, para protegerla.

Pensé en responderle, pero una de las consecuencias de tratar con alguien que lleva una estrella gorda de comandante en el hombro, cuando tú sólo llevas galones de sargento, es que más vale abstenerse de replicar a todo lo que a uno le dicen, aunque se tenga a punto una frase ingeniosa o demoledora. Especialmente cuando se tiene a punto una frase así.

– Muy bien, Vila -concluyó Pereira-. Ahí tienes tu toro, y a tu banderillera preferida. Sólo espero que te concentres en el bicho y que rehuyas la tentación. Quince días en Canarias son una ocasión inmejorable para perder el control con una chica joven. Y ya sabes lo escasos que andamos de ellas y lo mucho que nos cuesta conservarlas cuando dejan de ser solteras.

La última frase de Pereira se había salido del tono relajado de la conversación. Era verdad que casi todas las chicas, en cuanto se casaban y pensaban en tener hijos, se largaban de la unidad. El régimen de trabajo allí, con viajes prolongados y a veces imprevistos, jornadas ilimitadas y desorden vital continuo, no era, desde luego, el más propicio para conjugarlo con una maternidad responsable. Tampoco con una paternidad en condiciones; de eso sabía yo algo. Y era una lástima, incluso para el propio Pereira, a quien no podía considerarse precisamente un ferviente adalid feminista. Porque las mujeres trabajaban bien y, sobre todo, eran formidables para actuar de incógnito.

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