Carly Phillips

Lo que los hombres quieren

Serie Simply, 05

© 2002, Karen Drogin.

Título original: Simply Sexy.

Traducida por Fernando Hernández Holgado.


Prólogo

Emma Montgomery se encontraba junto a la ventana de la redacción del periódico. La nieve que caía en el exterior le recordó que faltaba poco para las Navidades y que adoraba las vacaciones, la alegría, las fiestas.

Volvió a mirar a la calle, pero todavía no podía ver a su chófer. El hombre iba y venía a su antojo, cuando le parecía mejor, y deseó no haber perdido su permiso de conducir. Por suerte, poseía otras habilidades que no había perdido. Por ejemplo, su habilidad para ejercer como celestina; característica que Corinne, la editora del Ashford Times, había reconocido en ella.

Emma escribía una columna fija en el periódico, detalle que la había salvado de acabar en un asilo. Su hijo, el juez, la había amenazado con llevarla a un centro para la tercera edad si no ocupaba su tiempo en algo útil en lugar de hacer travesuras. Al pensar en ello, se estremeció; aunque se dijo que la reacción se debía a la sensación de frío de contemplar la nieve. A fin de cuentas, el juez le había hecho un favor sin pretenderlo. Le gustaba mucho su trabajo en el periódico, y sus compañeros apreciaban mucho su talento y su humor.

Emma llamó entonces a la única empleada que quedaba en la redacción, una chica nueva que se llamaba Rina Lowell. Tenía un nombre bonito y era una joven muy atractiva, de piel perfecta. No usaba maquillaje ni le hacía falta alguna.

– Rina…

– ¿Qué quieres, Emma? -preguntó la joven.

– ¿Has oído eso que dicen de que demasiado trabajo y poca diversión convierten a cualquiera en una vieja cascarrabias?

Rina rió. Su risa era tan musical que habría seducido a cualquier hombre.

– ¿Estás insinuando que es hora de que me marche a casa?

– No, en absoluto. Estoy diciendo que deberíamos largarnos a tomar algo y festejar la nueva vida que tenemos gracias a este trabajo.

Emma sólo llevaba unos meses en el periódico, pero Rina acababa de llegar y resultaba evidente que quería dar una buena impresión a sus jefes. Llegaba pronto y salía tarde, pero hasta el más dedicado de los empleados debía divertirse un poco.

– ¿Tienes alguna idea al respecto? -preguntó Rina.

Emma vio entonces que su chófer, contratado por su hijo, acababa de llegar. Así que pensó que podía aprovecharlo.

– Podríamos ir a O'Dooley y tomar unas cervezas.

Rina empezó a reír.

– Lo siento, pero me cuesta imaginar a una mujer de más de ochenta años bebiendo cerveza…

– Vaya, vaya. No deberías burlarte de una anciana dama. ¿Es que prefieres que tome tequila?

– Yo me tomaré uno contigo -dijo Rina, a modo de reto.

– Hecho. Al menos no tendré que preocuparme por conducir después. Y si vienes conmigo, tú tampoco tendrás que hacerlo. Deja tu coche aquí. Te dejaré en tu casa esta noche e iré a recogerte mañana por la mañana.

Rina hizo ademán de considerar la oferta, pero Emma sonrió: sabía que ya se había decidido.

– Está bien, vamos a divertirnos un rato -dijo al fin.

Entonces, Rina echó hacia atrás su silla con ruedas, giró en redondo y se levantó casi de un salto.

– ¿A qué viene eso? -preguntó Emma.

– Sólo quería actuar de un modo tan libre como me siento -explicó Rina-. Estoy tan feliz por haber conseguido este trabajo y por empezar a vivir en Ashford…

Emma sonrió para sus adentros y se frotó las manos. Con una actitud tan vital, Rina era la candidata perfecta para sus planes de celestina.

– Entonces, vámonos…

– ¿Crees que conoceremos a algún hombre interesante en ese local? Ahora que estoy escribiendo esa columna sobre temas picantes, no me vendría mal un poco de interacción social.

Aunque Rina había intentado justificar su interés con la excusa del trabajo, Emma se las sabía todas y notó su brillo en los ojos al mencionar al sexo opuesto. Aquello iba a resultar más divertido de lo que había imaginado.

– Con esos pómulos que tienes, podrías conocer a hombres interesantes en cualquier parte.

– Gracias, Emma.

Rina parpadeó de forma exagerada, a modo de broma, y acto seguido tomó su abrigo. Emma se echó el chal sobre los hombros y juntas caminaron hacia la puerta; pero antes de salir, Emma se detuvo junto a un escritorio vacío que se encontraba junto al de la joven y preguntó:

– ¿Te has enterado de las noticias?

– ¿A qué te refieres? Llegué tarde y he estado trabajando el resto del día.

– Este escritorio va ser ocupado pronto. El hijo pródigo ha vuelto.

Emma pasó una mano por la vieja mesa. Llevaba mucho tiempo vacío y habían prohibido que lo ocupara otra persona por si Colin Lyons regresaba.

– No te entiendo.

– Ya sabes que Corinne se hizo cargo del periódico tras la enfermedad de Joe, su marido, ¿verdad?

– Sí. Ahora está en el hospital y Corinne está preocupada.

– Es cierto. Y también lo está el hijo de Joe. Es un joven muy viajero. Nunca se queda demasiado tiempo en ningún sitio, para desesperación de su padre.

A ella le encantaba tener cerca a sus hijos y nietos. Su nieta Grace vivía en Nueva York y eso ya le parecía que estaba lejísimos de Massachusetts, donde vivía ella.

– Pero pronto estará de vuelta y Corinne me ha dicho que volverá a ocupar este escritorio -continuó Emma.

La mujer se sintió más animada al pensar en las posibilidades que se abrían con el regreso del joven.

Colin era un hombre impresionante, de brillantes ojos azules y una sonrisa encantadora. Lo sabía porque había sido compañero de habitación de su nieto Logan, en la universidad. Le tenía tanto afecto como si también fuera nieto suyo, y lamentaba que se estuviera perdiendo muchas de las cosas que la vida podía ofrecer. Por ejemplo, un cálido hogar y una mujer atractiva.

Una mujer como Rina.

– Vámonos y te contaré todo lo que hay que contar sobre Colin -sugirió Emma.

– Me parece un gran plan -dijo Rina mientras le abría la puerta de la salida-. ¿Es atractivo?

– ¿Atractivo? Es imponente.

Rina arqueó una ceja.

– ¿Sale con alguien?

– Que yo sepa, está completamente libre.

En realidad, Emma no estaba segura porque hacía tiempo que no sabía nada de él, así que se dijo que tendría que preguntárselo a Logan.

– Mmm.

– ¿Qué significa eso? -preguntó.

Las dos mujeres entraron en el ascensor.

Emma necesitaba saber si Rina estaba dispuesta a mantener una relación ligera con un hombre interesante, antes de empezar a mover sus fichas. También podía provocar algo más serio y estable, pero no sabía si Colin sentaría la cabeza alguna vez.

Rina se encogió de hombros.

– Nada importante. Ya sabes lo que significa. Con un nuevo trabajo y una nueva vida, no me importaría divertirme un poco con un hombre que merezca la pena.

Emma asintió. Lo entendía perfectamente. Rina se había referido a la posibilidad de divertirse porque estaba pensando en algo sin importancia. De haber pensado en otra cosa, habría hablado de mantener una relación.

– Claro que lo entiendo. Te apetece una ración de buen sexo.

– ¡Emma! -exclamó Rina, ruborizada-. Eres terrible.

– En absoluto. Lo único terrible que hay en esta vida es callarse lo que se piensa. Hay que decirlo, por lo menos cuando se está entre amigas. Y tú eres amiga mía -declaró mientras la tomaba del brazo-. Me recuerdas un poco a mi nieta Grace. O al menos, a cómo era antes de que me las arreglara para que Ben cuidara de ella. Estaba llena de energía. Sólo necesitas encontrar al hombre apropiado para divertirte a fondo.

– Así que crees que quiero una relación sexual, ¿eh? -preguntó Rina, entre risas-. Bueno, cree lo que quieras. Pero puedes estar segura de que estoy más que dispuesta a dejarme llevar.


Capítulo 1

– Recuerda lo que te digo, Joe. El sexo acabará con el mundo.

Colin Lyons miró hacia la cama del hospital, donde dormía su mentor y padre adoptivo.

Por fortuna sólo dormía, no estaba muerto. Cuando le dijeron que Joe había sufrido un infarto, Colin regresó inmediatamente al país. Estaba en Sudamérica, pero corrió a tomar un avión y, ahora, una semana más tarde, se encontraba en la habitación de un hospital observando los monitores de los aparatos que demostraban que Joe seguía vivo. En el exterior, la nieve caía lentamente y le recordaba que era Navidad.

Había dejado su trabajo para hacerse cargo del Ashford Times hasta que Joe se recuperara, pero había descubierto que le habían usurpado el puesto. Al parecer, hacía tiempo que Joe no se encontraba bien, pero en lugar de pedirle ayuda había dejado el diario en manos de su segunda esposa, Corinne, una abogada que prácticamente había conseguido arruinar el legado de Joe.

Se sintió culpable por no haber estado a su lado cuando lo necesitaba. Y para empeorar las cosas, Joe había pensado que su salud no era tan importante como para dirigirse a él.

Volvió a mirar hacia la cama. Los médicos le habían dicho que se recobraría totalmente, y de hecho ya se estaba recuperando. Pero ni al Ashford Times ni al propio Colin les sobraba el tiempo.

– Corinne está hundiendo el diario -dijo a Joe, que por supuesto no podía oírlo-. Lo ha convertido en un periódico sensacionalista donde se publican ecos de sociedad y columnas de sexo para ancianos.

En realidad, Colin no sólo estaba molesto con Corinne por haber destrozado un periódico serio, sino también por su nefasta gestión económica. Había llevado el proyecto al borde de la bancarrota, y acto seguido, había pensado estúpidamente que podía solucionar el problema ella sola. Incluso le había dado una columna a Emma Montgomery, una mujer de avanzada edad, la abuela de su mejor amigo, que hasta entonces trabajaba en las oficinas.

– Las intenciones de Emma son buenas, pero ese asunto de escribir columnas sobre vida amorosa está yendo demasiado lejos. Parece que lo ha contaminado todo con su espíritu navideño. Cuando entré en la redacción, Marty Meyers me saludó con un beso en los labios.

Marty era el secretario de Joe. Era homosexual, y en aquel momento no le había hecho demasiada gracia. Pero ahora, recordando lo sucedido con más objetividad, debía admitir que la escena había resultado muy divertida.

Sin embargo, la situación general distaba de ser graciosa. Colin sospechaba que Joe no era consciente de la situación financiera del Ashford Times, y no quería contárselo para no perjudicar su recuperación. Además, ya había conseguido que las cosas estuvieran temporalmente bajo control.

Colin había pedido un préstamo a Ron Gold, un viejo amigo de Joe que también creía que el periódico debía volver a ser un periódico serio. Colin estaba totalmente de acuerdo, de modo que le prometió que haría todo lo que estuviera en su mano.

Sabía que podía influir en Corinne, pero necesitaba tiempo, y Ron lo había entendido. Por desgracia, el principal anunciante del Ashford Times, Fortune's Inc., no estaba dispuesto a esperar. Exigía que el periódico volviera a concentrarse en las noticias y dejara a un lado las columnas frívolas que ahora incluso aparecían en portada.

La empresa estaba decidida a retirar su publicidad el día uno de enero si no se actuaba de inmediato. Y en tal caso, el préstamo de Ron Gold no serviría de nada.

No tenía mucho tiempo, pero no sabía cómo conseguir su objetivo con una mujer que no escuchaba nunca.

En aquel preciso instante, Corinne entró en la habitación del hospital.

– Hola, Colin. ¿Cómo está Joe?

Corinne se acercó a su ex marido y lo tocó en la frente, pero el delicado gesto no engañó a Colin. Siempre le había parecido una mujer fría y egoísta. Sin embargo, había estado fuera la mayor parte de los dos últimos años y se dijo que tal vez no la conociera bien.

– Está durmiendo.

La mujer asintió y se quitó el abrigo. Debajo, llevaba un vestido escotado, de diseño, muy acorde con la deriva frívola que había impuesto en el periódico.

Colin miró su reloj. Eran casi las tres.

– ¿Un largo día en redacción? -preguntó él.

– No, ha sido un día fabuloso -respondió, con ojos brillantes-. Espera a leer la primera columna de Rina.

Colin ya había oído hablar de Rina Lowell. Acababa de empezar a trabajar en el periódico y sentía una gran curiosidad por ella, en muchos aspectos.

Rina tenía la piel muy clara y no se maquillaba nunca, detalle que fascinaba a Colin porque no era en modo alguno tan común. Siempre llevaba el pelo recogido, y estaba deseando soltárselo y ver hasta dónde llegaba. Tenía una voz ligeramente ronca, con acento neoyorquino, y ocultaba su cuerpo tras prendas anchas.

Hasta el momento, no había conseguido hacerse una idea de su cuerpo, pero estaba deseando descubrirlo. En realidad, sus dedos anhelaban la posibilidad de explorarla centímetro a centímetro.

Además, resultaba evidente que era una buena periodista, una gran profesional que le había llamado la atención por su entusiasmo y energía, lo que aumentaba la atracción que sentía por ella. Quería descubrir los secretos que se ocultaban bajo sus inteligentes ojos marrones.

– ¿Quieres que te adelante el contenido de su artículo?

– ¿Por qué no? Seguro que me animará la tarde -dijo con ironía.

– Simplemente sexy.

Corinne estaba obviamente entusiasmada con su nueva empleada, y Colin se recordó que tendría que vigilar a Rina Lowell. La mujer estaba del lado de la editora, y contribuía consciente o inconscientemente a que Corinne siguiera creyendo que se podía hacer un periódico con tonterías y ecos de sociedad.

– ¿A qué te refieres? ¿A su forma de escribir?

– No exactamente. «Simplemente sexy» es el nombre de la serie de artículos que va a realizar. Pero yo diría que son simplemente fabulosos. Estoy convencida de que atraerá a muchos lectores.

Colin movió la cabeza en gesto negativo. No podía creer que, después de su desastrosa gestión, se mantuviera en sus trece.

– Corinne, la gente compra periódicos por una sola razón: quieren leer las noticias, saber lo que ha pasado en el mundo.

– Las noticias están en todas partes. En televisión, en la radio y hasta en Internet. Si quieren noticias, pueden comprar el Boston Globe. Yo les ofrezco algo diferente.

Corinne movió las dos manos para dar más énfasis a lo que estaba diciendo, y al hacerlo, sus anillos y pulseras de oro chocaron entre sí y tintinearon. Sorprendentemente, Joe no despertó.

– Sé que he comenzado con el pie izquierdo -continuó ella-, pero ahora que tengo a Rina y a Emma, todo irá bien. Que la gente se resista a los cambios no quiere decir que no se les pueda convencer.

Colin gimió, resignado. Era obvio que Corinne seguía sin entrar en razón. Por estúpido que fuera, no parecía comprender que no se podía realizar un periódico con artículos de sexo.

Por supuesto, no tenía nada contra el sexo, aunque últimamente no lo practicaba demasiado. Por una parte, no le gustaba la idea de mantener relaciones cortas y superficiales. Y por otra, no podía mantener relaciones más estables porque viajaba con excesiva frecuencia.