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Михаил (19.04.2017 - 06:11:11)
книге:  Петля и камень на зелёной траве

Потрясающая книга. Не понравится только нацистам.

Антихрист666 (18.04.2017 - 21:05:58)
книге:  Дом чудовищ (Подвал)

Классное чтиво!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!

Ладно, теперь поспешили вы... (18.04.2017 - 20:50:34)
книге:  Физики шутят

"Не для сайта!" – это не имя. Я пытался завершить нашу затянувшуюся неудачную переписку, оставшуюся за окном сайта, а вы вын... >>

Роман (18.04.2017 - 18:12:26)
книге:  Если хочешь быть богатым и счастливым не ходи в школу?

Прочитал все его книги! Великий человек, кардинально изменил мою жизнь.

АНДРЕЙ (18.04.2017 - 16:42:55)
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ПОЛЕЗНАЯ КНИГА. Жаль, что мало в России тех, кто прочитал...

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Обои для рабочего стола

СЛУЧАЙНОЕ ПРОИЗВЕДЕНИЕ

Когда окинешь взглядом свое прошлое,
Я словно рыба плавником мелькну в твоей "истории".
Ты вспомнишь что плохое было, что хорошее,
Что настоящим, что буттафорией...

19.08.10 - 11:33
Джулия

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La niebla y la doncella   ::   Silva Lorenzo

Страница: 10 из 87
 


– Nunca se sabe.

Fue a pedir su café. La vi completar la transacción con el camarero, y al camarero atenderla con muchísima más amabilidad que la que me había mostrado a mí. No diría que Chamorro era una mujer de una hermosura apabullante, pero siendo alta, más o menos delgada y medio rubia, ya tenía condiciones para resultar aparente a los ojos del macho promedio, y sabía además dotar a sus facciones no del todo bellas de una cierta chispa con la mirada. Podía, en suma, resultar atractiva cuando se lo proponía, y había aprendido a proponérselo y a lograrlo si le era necesario o conveniente. Cuando vino con su café hacia la mesa, todavía esperaban a ser atendidos tres o cuatro ejecutivos casposos que estaban en la barra antes que ella.

– He conseguido que me sentaran a tu lado en el avión -dijo, mientras vaciaba la mitad del sobre de azúcar en su café.

– Lo dices como si hubiera sido difícil.

– Pues sí, la chica del mostrador me dijo que no estaba autorizada a decirme tu número de asiento. Y me lo explicó. Me dijo que yo podía ser alguien que quisiera molestarte, y que ella tenía la obligación de protegerte de eso.

– Ah, mira, qué delicadeza. ¿Y cómo la convenciste?

– No tuve más remedio que sacar la chapa. Se quedó muy cortada.

– Otra vez quedamos antes de facturar. No se me había ocurrido. La verdad es que tiene toda la lógica. Podrías ser una psicópata.

– Si fuera una psicópata perseguiría a otro -bromeó.

– Gracias, Virginia, eso refuerza mucho mi autoestima. En fin, puestos a ser antipáticos, ¿te has estudiado los papeles?

– Por encima sólo. Pensaba hacerlo en el avión.

Meneé la cabeza.

– Vaya, me decepciona usted, cabo. Hace un año le habría sobrado tiempo para aprendérselos de memoria. Me temo que Arnold Schwarzenegger está siendo una mala influencia. Tendré que dar parte de él.

– Anda, déjalo ya. Y no le pongas más motes.

– Es que siempre se me olvida cómo se llama.

– Arturo. Y no se te olvida, sólo es por chinchar.

– En todo caso, espero que aproveches el vuelo para empaparte. Podríamos haberlo aprovechado para intercambiar impresiones, si hubieras sido más diligente, pero bueno. Menos mal que fui previsor y me traje lectura.

– ¿Qué has traído?

– Algo ligero, para desengrasar.

– ¿Puedo verlo?

Le tendí el libro.

– «Los muertos también hablan. Memorias de un antropólogo forense» -leyó-. Desde luego, eres un enfermo, jefe.

– Deberías leerlo. Es de un experto yanqui. Todo clarito y la mar de sencillo, apto para principiantes y para investigadores indolentes.

– Un poco de tregua, ¿no? -protestó.

Le dio la vuelta al libro y empezó a leer la contraportada:

– «No tenemos secretos para nuestros huesos. A estos silenciosos y obedientes siervos de nuestro tiempo les contamos sin rubor absolutamente todo. En los archivos de nuestros esqueletos están guardados los diarios íntimos de nuestras vidas.» Ajá. Así que la cosa va de huesos.

– Eso es lo que estudia la antropología forense. Ahí donde lo ves, este tipo, William Maples, fue el que descubrió que los huesos que guardaban en Lima como el esqueleto de Francisco Pizarro eran en realidad de un clérigo.

– Pizarro, ¿el conquistador?

– Sí.

– ¿Y cómo supo este tío que los huesos eran de un clérigo?

– Por la complexión, por su estado. De un clérigo o de alguien de vida sedentaria. Alguien blandito, y no la mala bestia que era Pizarro.

– No habría imaginado que los huesos dieran para tanto.

A veces, a uno le apetece hacer un poco de daño. Normalmente uno se reprime, y en especial cuando se trata de alguien a quien se aprecia. Pero otras veces, por razones diversas, no. La miré a los ojos y le dije:

– Te lo tengo dicho, Virginia. Eres luchadora, trabajas con rigor y se puede confiar en ti. Pero tienes que ejercitar más la imaginación.

Chamorro se puso seria. No tenía demasiada cintura para encajar un reproche, aunque fuera uno cariñoso e irónico como aquél.

– No te piques, mujer. Sólo trato de hacerte ver que esto de los muertos no es nunca un problema matemático. Hay que buscarle, bueno, la poesía.

Chamorro alzó los ojos. Sin querer, acababa de darle un triunfo.

– La poesía no es incompatible con las matemáticas. Hay que conocerlas un poco para darse cuenta, pero no es incompatible. Lo que sucede es que la poesía de las matemáticas no está al alcance de cualquiera.

La observé. Pese a todo, aunque los años transcurridos, los muertos investigados y las horas de trabajo la hubieran cambiado en la superficie, en el fondo seguía siendo la misma. Empeñosa, intransigente, y provista de un orgullo que en cierto modo la hacía deliciosamente vulnerable.

– Bueno, me está bien empleado, por inocente -dije.

Chamorro frunció el ceño, recelosa.

– Olvidaba que estaba hablando con una licenciada en Matemáticas.

– Pero qué cabrito eres -dijo, echándose a reír.

– Bueno, como mucho te quedará un par de asignaturas, ¿no?

– Me quedan unas pocas más, por desgracia. Y mientras sigan haciéndome perder el tiempo contigo me parece que tardaré en terminar.

– ¿Sientes que pierdes el tiempo conmigo?

Antes de responder, Chamorro se limpió cuidadosamente los labios con la servilleta. El superior, el inferior y ambas comisuras.

– No siempre.

Confieso mi irremediable debilidad ante una mujer que sabe decirte una frase escueta y enigmática clavándote los ojos sin pestañear. Aunque esa mujer sea mi subordinada y la teoría afirme que debo ser capaz en todo momento y situación de conservar mi autoridad sobre ella. Por suerte, siempre hay alguna trivialidad a la que recurrir en caso de apuro.

– Ya está anunciada la puerta de embarque -dije, señalando el monitor-. Vamos para allá, anda, no vaya a ocurrírseles despegar a la hora.

Naturalmente, no se les ocurrió. De hecho, nos embarcaron media hora tarde, luego nos hicieron bajar a todos del avión, alegando problemas técnicos, y volvieron a reembarcarnos en el mismo aparato tan sólo media hora después. El personal de tierra y las azafatas se ocuparon, como de costumbre, de encajar estoicamente las protestas de los clientes exigentes. Algún pasajero marisabidillo, siempre los hay, objetaba, suspicaz:

– Es imposible que en media hora hayan arreglado nada.

Pero la mayoría del pasaje, Chamorro y yo incluidos, se dejó manejar con esa admirable docilidad ovina que desarrollan los humanos cuando se hallan en un contexto aeroportuario.

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