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Михаил (19.04.2017 - 06:11:11)
книге:  Петля и камень на зелёной траве

Потрясающая книга. Не понравится только нацистам.

Антихрист666 (18.04.2017 - 21:05:58)
книге:  Дом чудовищ (Подвал)

Классное чтиво!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!

Ладно, теперь поспешили вы... (18.04.2017 - 20:50:34)
книге:  Физики шутят

"Не для сайта!" – это не имя. Я пытался завершить нашу затянувшуюся неудачную переписку, оставшуюся за окном сайта, а вы вын... >>

Роман (18.04.2017 - 18:12:26)
книге:  Если хочешь быть богатым и счастливым не ходи в школу?

Прочитал все его книги! Великий человек, кардинально изменил мою жизнь.

АНДРЕЙ (18.04.2017 - 16:42:55)
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ПОЛЕЗНАЯ КНИГА. Жаль, что мало в России тех, кто прочитал...

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Обои для рабочего стола

СЛУЧАЙНОЕ ПРОИЗВЕДЕНИЕ

Чи існує дружба на світі?
Питання цікаве й тонке.
Воно постає перед кожним
І кожному воно близьке.
Друг найближча людина
Яка завжди допоможе в біді.
Вона вірна, щира й правдива-
Такі риси друга прості.
У дружби немає загадок,
І підлості, заздрощів, зла.
Вона, як тиха вода,
У плині летить водоспадом.... >>

29.08.10 - 08:51
Внутрішній світ

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La niebla y la doncella   ::   Silva Lorenzo

Страница: 85 из 87
 


– Hay otra persona que me pide que les felicite y les transmita su gratitud por el trabajo que han realizado en este caso -añadió.

Qué bárbaro, pensé. Nunca había experimentado, al unísono, tal avalancha de parabienes y una desazón tan honda y persistente en mi interior.

– Mi cuñada les está muy, muy agradecida. Por primera vez desde que la conozco, le he notado algo de alegría en la voz. Creí que debían saberlo. No sé si en su vida le habrán hecho tanto bien a alguien. Se lo digo para que se sientan recompensados por todos los malos tragos, y para que sepan por qué les debo, aparte y por encima de todo, mi gratitud personal.

Recordé la tarde en que le había conocido, y lo que me había dicho de aquel sobrino político al que no había llegado a poder considerar como tal salvo a título póstumo. Como la realidad suele ser compleja, había estado certero y desacertado a la vez. Porque Iván se había expuesto con sus actos, como él intuía, pero era despiadado afirmar que se hubiera buscado su desgracia. También pensé en Margarethe von Amsberg, y en la extraña sagacidad que a veces tienen los locos, si es que ella lo era. Como ella supusiera siempre, ante la rechifla general y el escepticismo de su cuñado, detrás de la muerte de su hijo había alguien gordo. No en términos absolutos; quiénes eran Nava, o los demás guardias, o el mismo Pascual Pizarro, sino una partida de hampones de tercera; pero algo pesaban, dentro de aquella isla, y habían podido pesar también a los efectos de frustrar la investigación.

En todo caso, advertí que el subdelegado del gobierno, a cada cual hay que reconocerle lo que le toca, estaba teniendo el detalle de apearse de su cargo y dejarnos ver al ser humano de debajo. Me acordé de la teoría de Gómez Padilla sobre los políticos. Según ella, aquel hombre no llegaría a ninguna parte. O sí. Porque podía ser agradecido en aquella situación, y a la vez pisarles el cuello a sus oponentes cuando se terciase. Igual que Nava se dolía de la suerte de las mujeres maltratadas, y se esforzaba realmente en protegerlas, mientras formaba parte de una organización mafiosa.

– Les debo una, sargento. Si alguna vez puedo serles útil en algo, díganmelo -me ofreció, con su tarjeta-. Ahí le doy mi teléfono y mi dirección de casa. Esto de la política pasará tarde o temprano, pero mi deuda con usted es para siempre. Ahí tiene un amigo, para lo que quiera. De verdad.

– Gracias. Salude de nuestra parte a su cuñada. Y deséele suerte. De corazón. Espero que la vida le depare mejores días que los que ha pasado.

El subdelegado del gobierno nos despidió efusivamente; a Chamorro, en lugar del frío apretón de manos, le plantó dos sonoros besos en las mejillas, y a mí me dio un abrazo con palmetazos en la espalda. Lo encajamos con estoicismo, no en balde nuestro oficio nos obliga a vivir no pocas situaciones desconcertantes, y salimos de allí, o al menos ése fue mi caso, con la sensación de haber despertado al fin de una pesadilla agotadora. Las calles de aquella ciudad que apenas nos era familiar nos acogieron como a dos náufragos arrojados por el mar a la playa. Miré a mi compañera y le dije:

– Vamos a emborracharnos, anda.

Entramos en el bar más cercano y pedimos dos gin-tonics. Cuando nos los sirvieron, alcé mi vaso y le propuse a Chamorro un brindis.

– Por ti, Virginia. Una vez más, no sé qué habría sido de mí, si no te hubiera tenido para ayudarme a salir del atolladero.

Mi compañera no se mostró muy halagada por el cumplido. O quizá era que el cansancio también hacía mella en su ánimo.

– No tienes mucho que agradecerme, esta vez -respondió.

– ¿Y eso?

– Tengo la sensación de que te lo has comido tú casi todo. Al final, fuiste tú el que vio claro lo que yo ni había llegado a oler.

El trago de alcohol me recompuso un poco.

– Eso no es verdad -dije-. Ahora tienes la cabeza un poco cargada. Pero cuando estés más despejada repasa todo lo que hemos hecho. Verás dónde están las claves con las que acabamos desenredando la madeja. Y te darás cuenta de que muchas las conseguiste tú. Aparte de mantener el espíritu y apuntalarme en mis desfallecimientos, como de costumbre.

– No eres tan débil como presumes de ser -me reprendió.

– ¿Que presumo de débil? ¿Y por qué iba a hacer eso?

– Bueno. Es una forma de coquetería, como cualquier otra.

– Vaya, nunca me habían acusado de coquetería.

– Pues será porque nadie se fijó mucho en ti, hasta ahora.

– A veces temo que me estés conociendo demasiado, cabo.

– El temor es recíproco, mi sargento.

A esa declaración de Chamorro, no podía ser de otra forma, sucedió un significativo silencio, que ambos usamos para largarle un buen sorbo a nuestros vasos. Era cierto que ya llevábamos unas cuantas penalidades compartidas, y que eso, inexorablemente, iba creando un espacio común que cada vez era más amplio y estaba más lleno de matices. Lo que tenía sus ventajas, sin duda, pero también comportaba sus peligros. El que Chamorro acababa de mencionar no era, por cierto, el que más me inquietaba.

– No temas -le dije, al fin-. Los hombres siempre entendemos a las mujeres mucho peor de lo que las mujeres nos entendéis a nosotros.

– Depende del hombre -afirmó, con una sonrisa aviesa.

– Hablo en términos generales.

– Los términos generales no existen, mi sargento. Y también depende de la mujer. No hace falta que te diga que no todas somos igual de enrevesadas.

Al oír eso, no pude evitar acordarme de Ruth, y mi cara debió de denunciarlo con instantánea nitidez. A Chamorro se le borró la sonrisa con similar presteza. Se llevó el vaso a la boca y bebió un trago largo.

– Me hace sentir mal, cuando la recuerdo -confesó.

– ¿Por qué?

– Por haberla odiado así. Sin darme cuenta de que estaba enferma. De que la pobre no era responsable de lo que hacía.

– ¿Eso crees?

Chamorro asintió.

– Estoy convencida. Ahora entiendo todo lo que en su día era incapaz de entender. Me vienen a la memoria muchas cosas, porque yo conviví durante una buena temporada con ella. Y todas me llevan a lo mismo. Vete a saber por qué estaba desequilibrada. Pero lo estaba, desde luego.

– No sé -repuse-. Hablar de trastorno o de desequilibrio mental es muy complicado. Todos tenemos alguno. Y no por ello dejamos de ser responsables de lo que hacemos. Lo que sugieres es que Ruth era incapaz de controlar sus actos. Preferiría creerlo así, desde luego. Pero lo dudo.

A Chamorro la sorprendió mi apreciación. Acaso esperaba que fuera más indulgente que ella con Ruth.

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